Cierra los ojos queriendo huir del terrible momento
que esta pasando, le han dicho que lo más recomendable en su caso es recordar
el momento más lindo que haya pasado en su vida, y entre todos sus recuerdos escoge la
primera vez que fue al estadio de fútbol con su padre. Nunca sintió una emoción
igual a aquella tarde de sábado cuando (y por haber aprobado de manera
satisfactoria el cuarto grado de primaria) fue premiado yendo a ver a su equipo
de futbol jugar el clásico de su ciudad.
El estadio, la cancha, la gente, los jugadores, todo
le parecía imponente, enorme, inalcanzable; las banderas agitándose, los
gritos, las groserías que decían los mayores (palabras que nunca había
escuchado) no lo asustaban: lo emocionaban. Nunca se había sentido tan vivo y
feliz, el resultado del juego fue lo de menos, nunca se había sentido tan
cercano a su padre como aquella tarde futbolera, obviamente ese día había
decidido convertirse en futbolista y
volverse un héroe cómo aquellos que corrían sin parar batiéndose con valentía
ante el enemigo en la cancha de futbol; tenía
decidido su futuro, y nada ni nadie le impedirían cumplir su sueño.
Mucho tiempo pasó desde aquella tarde inolvidable, y
su vida sería muy diferente, tan diferente que entre sus planes nunca había
considerado que por más que se esforzara jamás cambiaría el hecho de tener “dos
pies izquierdos”, ni que la pelota nunca iba donde el quería, y que siempre
había alguien que jugaba mejor que él. Ese sueño (el de ser futbolista) y
muchos más se le fueron rompiendo uno a uno, jamás pudo zafarse de su entorno y
el signo de su origen le devoró la existencia, matando a aquel niño ilusionado
convirtiéndolo en un hombre resentido sobreviviendo día a día, durmiendo sin
soñar, soñando en el día de jamás despertar.
En un mal día, (de esos días que sólo le ocurren a
los pobres sin suerte), cometió el más grande error que pudo cometer (algo así
como errar un penal en una final de copa del mundo). Ese error terminó de
romperle la vida y ahora se encontraba en la más absoluta soledad, en esa
soledad que carcome el alma, que destruye los recuerdos, con los años
desperdiciados sin razón, con el miedo recorriéndolo, inundándolo en un sudor
frío espantoso, desconocido, prisionero de la vida que lo excluyó desde niño. El
tiempo no para nunca, y esta vez no iba a ser la excepción.
Ese día por la mañana había recibido la noticia de
que le permitirían ver la final del
torneo; después de muchos años su equipo estaba a punto de salir campeón,
por nada del mundo podría perdérselo, y menos en ese día tan especial para él.
Cinco minutos antes de comenzar el partido llegaron e
instalaron una pequeña televisión en blanco y negro, con eso era suficiente, no
deseaba nada más, miraba el juego con la
misma emoción de la primera vez, la ilusión de ganar, de olvidar por un par de horas cualquier cosa por
más horrible que sea, de sentirse libre y jugar desde su celda, ganar o perder,
matar o morir.
Termina el partido, todo en la vida se termina, y
había llegado la hora. Recién terminado el juego, y con una sonrisa de
satisfacción en su rostro, se siente preparado, recibe a sus verdugos con los
brazos abiertos…
No había nada más que hacer, ya no tenía miedo,
irónicamente y después de tantos años su equipo salió campeón y en ese momento
era lo único que importaba, quizá eso fue siempre lo único que le importó.
Camina con
dignidad ese largo túnel, imagina que esta saliendo a la cancha, es el centro
de atención, se siente un héroe, al final vive su sueño, todos vienen a mirarlo,
los confunde con hinchas…la horca lo espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario