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lunes, 31 de marzo de 2014

Hombre de madera.

Despiertas un día cualquiera, en un barrio como los hay miles alrededor del mundo, te has acostumbrado a entregarte  a la suerte que los dioses caprichosamente han deparado para ti. Estás convencido de no tener otra opción, por eso  no luchas, día a día sigues las huellas de tus mismos pasos sin salirte del mismo camino, es frecuente que tus ojos se empañen con lágrimas que no te atreves a enjugar. El miedo te paraliza y no quieres darte  cuenta. Los caminos de la vida son largos, casi eternos, pero el tuyo es estrecho. Cada noche antes de dormir te reprochas tu falta de valor y prometes no ser así nunca más, cambiar; al despertar la realidad te engulle y terminas odiando esa imágen derrotada en el espejo. Oyes voces en tu mente, muerdes las uñas de tus dedos, rezas sin devoción, te fías de las supersticiones, no confías en nadie. La magnificencia de la vida no te significa nada, el futuro te parece distante, cómo si fueras -y quizá lo eres- indigno de tenerlo. Tienes la mezquina costumbre de apretar  hasta sangrar tus dedos las monedas que caen en tus manos, no permites que ninguna se caiga al piso, las posees, jamás las compartes, son únicamente tuyas.

Los días ni siquiera son grises para ti, no puedes distingues ningún color, a cada momento pones a prueba la paciencia de la vida, porque hace mucho que esa vida que haz desperdiciado debería haberte abandonado...

domingo, 9 de marzo de 2014

Domingo.

Un triste domingo más. Mira el atardecer asomado por la ventana y enciende (ahora si) el último cigarrillo de aquí hasta que termine el año. Los colores rojizos que se dibujan en el cielo cada vez que el sol está por partir hacia el otro lado el mundo y el silencio de las calles lo tranquilizan e inspiran, ésta no ha sido la mejor época de su vida, peor aún, quizá tampoco sea todavía la peor.
No es la primera vez que cruza por su mente la idea de que un domingo sería el mejor día para suicidarse, de inmediato desecha la idea, no porque le falten motivos para quitarse la vida, sino por la nostalgia que lo embargaría el nunca poder mirar de nuevo esos colores del cielo que tanto ama. Piensa en las cosas que ha perdido en el camino,y quisiera poder llorar, pero no puede hacerlo, hace mucho que sus ojos son incapaces de derramar una sola lágrima, y no hay nada peor en la vida de un ser humano que el no poder llorar.
En la calle la vida sigue sucediendo, y  mira como espectador ausente desde su ventana, observa y envidia la libertad del perro callejero que olisquea un montón de basura y que cruza la calle con la seguridad y confianza que  alguna vez tuvo  y que perdió en una de esas noches endemoniadas de las que prefiere no acordarse. Le dan ganas de bajar por el y traerlo a vivir a su casa, pero, ¿qué caso tendría domesticarlo y acabar con su libertad? Las calles lucen vacías, por eso le gustan los domingos, porque la gente prefiere esconderse en sus casas para recuperar las fuerzas perdidas durante la semana en la que todos corren sin detenerse y la vida se les va escapando sin siquiera darse cuenta. Ama las calles solitarias, conforme han pasado los años su tolerancia la gente ha disminuido, ha llegado al punto de difícilmente soportarse así mismo.
Comienza a anochecer y sigue ahí mirando hacia afuera. Una mujer con su hijo en brazos pasa justo en la acera de enfrente y sin razón aparente se detiene y mira hacia arriba, inevitablemente sus miradas se encuentran. Algo sucede, en ese momento el mundo es únicamente de ellos dos, un rayo parece partirle el corazón, ella incluso se olvida que no va sola, un segundo parece una eternidad, las historias comienzan así, sin buscarlas, por generación espontánea; ella baja la mirada, sujeta fuerte a su hijo y apura el paso, algo le dice que tiene que escapar antes que él la atrape...Pero es inútil, sin darse cuenta él bajó "volando" desde su ventana y ahora está frente a ella, es una oportunidad única, se miran a los ojos, pareciera que los dos piensan y sienten lo mismo, ,la noche los cubre y es cómplice de lo que está sucediendo entre esas almas perdidas, el viento sopla y arrastra las hojas de los árboles, ese mismo viento no permite escuchar lo que se dicen entre ellos, pero algo pasa que sus ojos brillan, el niño duerme, este ha sido un domingo diferente, ahora caminan hacia su casa, en el camino se encuentran al perrito que él miró hace rato, lo llaman y se va con ellos...