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sábado, 30 de noviembre de 2013

Crónica de un paseo diurno.

La ciudad de México es un mar de gente cuya marea crece sin control todos los días a todas horas. Es también un monstruo de mil cabezas que se alimenta de sí mismo sin descanso, cruel y despiadado.También la ciudad es hermosa, nunca se detiene, la amas, la extrañas cuando estás lejos, la sufres a diario.

 Voy sentado en la parte de atrás de un camión cualquiera, al lado mío vienen un par de chicas no mayores de veinte años, hablan fuerte, bajo el volumen de mis audífonos para escucharlas mejor, aburrimiento y morbo puro. Hace un momento estas chicas tuvieron que escapar de un cincuentón que aprovechando que el camión estaba a reventar y sin recato alguno se les pegaba por detrás con esa lujuria del que no ha tenido mujer por los medios tradicionales, un delito sin duda, por fortuna rápidamente encontraron lugar para sentarse, junto a mí, por suerte. Hablan de muchachos mayores que ellas, también que han fumado mariguana  y que no les gusta ir a la prepa; una dice que cuando cumpla dieciocho se irá de casa, la otra me sorprende cuando dice que tiene catorce y que lamenta que aún le falta mucho para poderse ir de la casa de su papá,(se quiere ir porque no la deja ir a fiestas ni tener novio) pero prefiere vivir con el que con su mamá porque ésta se la pasa únicamente con su nuevo novio y no le hace caso.  Al poco tiempo se bajan, las sigo con la mirada,siento que están perdidas y que el futuro no es bueno para ellas.

Me recargo en el cristal mirando hacia afuera, subo el volumen, me deprimo al ver la cantidad de autos que hacen interminable mi camino al trabajo, el camión se llena de nuevo,suena  Morrissey en la radio y pienso que no todo está mal después de todo, ya  me duelen las rodillas de estar sentado tanto tiempo, pero no me atrevo  a levantarme para cederle el asiento a esa señora que está parada  sin dejar de mirarme. Viéndole el semblante me doy cuenta  que lleva a cuestas todos los dolores del mundo. Lo siento, a veces soy implacable y no me siento bien.

Cierro los ojos, quiero dormir pero sólo consigo recordar a  esa persona que ya no quiere saber de mí, pienso en otra cosa para deshacerme de su imagen, hace mucho que recordarla no me hace nada bien. Avanzamos muy lento, me fastidio cada vez más, debería estar en cualquier lugar menos aquí.

Ya falta poco, el camión se ha vuelto a vaciar y un anciano con guitarra en mano sube para cantarnos unas canciones tradicionales mexicanas, canta y toca horrible, pienso que la vida de mis "amigas desubicadas" (las que se bajaron hace rato) es un paraíso a comparación de la de este pobre hombre. No se calla nunca, canciones de José Alfredo, Álvaro Carrilllo, Julio Jaramillo,  Los Panchos y demás clásicos pésimamente interpretadas nos hacen insufrible lo que queda de camino. Los que seguimos ahí nos miramos nerviosamente como diciendo: ¡Ándale, dile que se calle! Sigue cantando sin parar algunas otras que no recuerdo bien quién cantaba . Termina y pide alguna moneda, increíblemente todos (menos yo) le dan dinero, pienso que es el tipo más listo del mundo y que cantó de esa forma únicamente para atormentarnos a tal grado que le llenaron las manos de dinero a manera de agradecimiento por haberse callado.

Llevo una hora exacta sentado en esta porquería. Por fin llegamos. Todos comienzan a bajar,aún no llego a mi trabajo y ya me duele la cabeza, apenas son las ocho de la mañana.Me levanto y siento calambres en las piernas, soy el último en bajar, me despido del chofer chofer, doy el último paso fuera del camión, piso mal y me caigo... mis rodillas están destrozadas.

Me regreso a mi casa.

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